Educadora Social. Especialista en Violencia de Género y en Orientación Sociolaboral. Mediadora Familiar, Civil y Mercantil.
Un padre y su hijo de 24 años iban en el tren. El joven miraba por la ventana y gritó con alegría: “Papá, mira, parece que los árboles pasan volando”. El padre, sonrió dulcemente y asintió con la cabeza.
Frente a ellos, una pareja intercambió miradas expresando compasión por la conducta tan infantil del joven. Éste, gritó de nuevo riendo y emocionado muy feliz: “Papá, mira, las nubes nos persiguen”. El padre, le volvió a sonreír.
El hombre que estaba frente a ellos, no pudo resistirse y le dijo al padre: “tal vez debería llevar a su hijo a un buen médico”. El padre, afablemente, le contestó: “lo hice, acabamos de salir del hospital, mi hijo era ciego de nacimiento y acaba de recuperar la vista.
Sabes mi nombre, pero no mi historia. Has oído lo que he hecho, pero no por lo que he pasado. Sabes dónde estoy, pero no de dónde vengo. Me ves riendo, pero no sabes lo que he sufrido. Deja de juzgarme. Que sepas mi nombre no significa que me conozcas.
Es buen momento para compartir la frase: “sé amable con las demás personas, cada persona está librando una batalla. Juzgamos con mucha facilidad sin saber qué batalla está librando la otra persona”.
Este cuento invita a reflexionar sobre la manera de juzgar que tenemos a veces sobre las otras personas y su comportamiento, sobre los prejuicios. Y, me recuerda aquella fábula de la zorra y el león:
Érase una vez una zorra que nunca había visto un león, hasta que un día se lo encontró por el bosque. Como era la primera vez que lo veía, sintió un miedo espantoso. Otro día volvió a verlo y el león saludó amablemente a la zorra. Ésta, por temor, salió corriendo. Al día siguiente volvieron a encontrarse y el león volvió a saludar a la zorra y le deseó un buen día. La zorra respondió al león, empezaron a hablar y al final, se convirtieron en grandes amigos.
Moraleja: antes de juzgar a nadie por su apariencia, debemos tratar de conocer el interior de las personas.
Al final, ambos textos nos invitan a la misma reflexión. No debemos juzgar a las otras personas por su apariencia o su comportamiento. Debemos ir más allá de los prejuicios que tenemos creados.
Hay personas que se pasan la vida juzgando a las demás personas. Y juzgándose a sí mismas. En realidad, las personas que más juzgan a otras es porque son muy duras y exigentes consigo mismas.
Hay quienes se pasan el día juzgando y criticando a sus familiares, hijos, amigos… políticos, jefes, famosos… y al juzgar parece que les eleva por encima de todos ellos.
Pero al juzgar, criticar, al emitir palabras llenas de negatividad, en realidad quienes se llenan de lo negativo son ellos mismos. ¿De verdad merece la pena enfocar la energía y esfuerzo en algo que ni si quiera pueden resolver?
Y es que la vida es un espejo. Todo lo que tenemos que sanar dentro, lo vemos proyectado en el exterior o a través de situaciones, personas, retos, dificultades e incluso enfermedades, por duro que nos parezca.
Últimamente se habla mucho de las personas tóxicas, como si esas personas fuesen las malas y el resto las pobres personas buenas. Pero al fin y al cabo todos somos tóxicos en algún momento de nuestras vidas. Todos hemos hecho daño a alguien, queriendo o sin querer.
¿Y cómo se manifiesta el espejo en tu vida? Si ves reflejado en el exterior una situación injusta hacia ti, probablemente es porque tú mismo estás siendo injusto contigo. Lo que te conmueve, remueve.
Por eso es muy importante el autoanálisis y la autoaceptación. Aceptar que no eres perfecto, que juzgas en los demás aquello que todavía no has resuelto por dentro.
Al fin y al cabo, en lugar de criticar o quejarnos, deberíamos buscar la solución. Y el aprendizaje si lo tiene. Por ejemplo: valorarte más y no permitir que nadie te haga daño, alejarte de esa persona o decir lo que de verdad sientes, aprender a decir no sin sentirte culpable, ver las cosas buenas que nos rodean y no enfocarnos en lo injusta que puede ser la vida con nosotros...
Y es que las personas que más han progresado en su vida a nivel personal y espiritual, son aquellas que han sufrido, pero en lugar de agarrarse a sus problemas y enfocarse en ellos, quejándose y lamentando lo mal que les va todo, han decidido tomar el timón de sus vidas y pasar página, dando un paso hacia delante, hacia su liberación. Todo ello ha formado parte de sus procesos individuales.
Víctor Frankl, psiquiatra y autor del libro “el hombre en busca de sentido”, es un gran ejemplo de ello. Estuvo recluido es un campo de concentración nazi y vio morir a su familia y suicidarse a sus compañeros… Pero él sobrevivió, pues le encontró un sentido a un verdadero horror humano como el que vivió en Auschwitz.
Pese a una tragedia tan terrible, logró progresar y vivir con conciencia, y además no lo hizo sólo por sí mismo, sino acompañando a miles de personas a día de hoy a encontrar un sentido a sus vidas en momentos realmente difíciles.
Aprovechando estas líneas, es buen momento para recordar que el trauma explica el comportamiento, pero no justifica el comportamiento. Y es importante recordarlo cuando alguien cruce nuestros límites.
Hay personas que tuvieron una infancia rota. Por el motivo que sea. Hay a quienes no les permitieron ser un niño o una niña. Y el resto de personas lo sentimos de veras. Pero no por ello se deberían convertir en adultos despreciables.
Pueden tomar otro camino y hacer algo diferente con y de aquello que fueron. No es necesario que con sus pedazos vayan rompiendo a otras personas. Con esos pedazos estaría bien que construyesen, no destruyesen.
Y no es fácil, pero es el mejor camino, por sí mismos y por el resto de la sociedad.