Economista
La línea recta no es siempre el mejor camino.
Tomando como inspiración los modelos cíclicos de la naturaleza, la Economía Circular busca la creación de un sistema de producción que aproveche el máximo tiempo posible los recursos naturales, reduciendo la materia prima que entra y los residuos que salen, de forma que se cree un bucle cerrado.
Es decir, se busca utilizar la mayor parte de materiales biológicos posibles en la fabricación de bienes de consumo, de forma que, al acabar su vida útil, estos puedan volver a la naturaleza sin causar daños medioambientales. Y en aquellos casos en los que no se pueda usar materiales naturales: componentes electrónicos, metálicos, baterías, etc., se buscará un diseño eficiente para que los productos duren más, sean más fáciles de desmantelar y sean reincorporados al ciclo de producción para generar nuevas piezas con la mayor cantidad de material reciclado como sea posible, en vez de materia prima.
La Economía Circular es un concepto que ha tomado auge recientemente gracias al crecimiento de la conciencia medioambiental. Y es que, múltiples países y empresas ya están implementando iniciativas para crear modelos circulares. Sin embargo, la economía circular es más que una simple moda, es un concepto que puede llegar a transformar completamente la forma en que producimos, trabajamos, consumimos y, en definitiva, vivimos.
En la actualidad nuestro modelo económico es un sistema lineal, es decir, obtenemos recursos naturales, los transformamos en bienes que consumimos y más tarde los desechamos en forma de basura o contaminación. Muchos de los productos que consumimos se rompen con facilidad, no se pueden reutilizar, reparar o reciclar, o están hechos para un solo uso e, incluso, están programados para romperse antes de lo que deberían para incentivarnos a comprar más.
A la hora de evaluar este modelo, la Economía tradicional siempre ha tenido como principal objetivo la maximización del consumo y la producción. Tomando el PIB como único e indiscutible medidor del progreso económico. Considerando, que cuanto más consumamos, mejor estaremos. Y es que, hasta cierto punto, esta premisa es verdad, puesto que los países con mayor nivel de PIB y consumo disfrutan de un mayor nivel de desarrollo y bienestar.
Sin embargo, esta forma de ver la economía no tiene en cuenta que los recursos del planeta son finitos y, en consecuencia, nuestro modelo de producción tiene un carácter finalista. Es decir, llegará un momento en el que no se pueda seguir creciendo debido a que no queden más recursos con los que producir. Si tenemos una visión a largo plazo se produce, entonces, la paradoja de que un mayor consumo no tiene por qué aportarnos un mayor bienestar.
El impacto en el clima es otro de los motivos para avanzar hacia una economía circular, ya que la extracción y el uso de materias primas tienen importantes consecuencias medioambientales, aumentan el consumo de energía y las emisiones de CO2, mientras, que un uso más inteligente de las materias primas puede reducir las emisiones contaminantes.
Hoy en día, según datos del Banco Mundial, el mundo genera 2 mil millones de toneladas de residuos urbanos al año, lo que equivale de media a 0,75 kg de residuos por persona. Y se espera que esta cifra llegue a 3,4 mil millones de toneladas para 2050, más del doble de lo que se espera que aumente la población durante el mismo periodo. Esto genera un enorme desafío de gestión de los residuos, actualmente a nivel mundial, el 37% de los residuos sólidos va a los vertederos, el 33% se deshecha a campo abierto, el 11% se incinera y tan sólo el 13% de los residuos sólidos urbanos se recicla a nivel mundial. Y todo esto sin contar con los aún mayores residuos industriales, ni con el mayor problema de residuos de todos: los 30 mil millones de toneladas de dióxido de carbono invisibles que se vierten a la atmósfera cada año.
Otra de las razones es la dependencia de otros países. España importa la mayor parte de las materias primas con las que produce. Si se estableciese una economía circular se reduciría drásticamente la necesidad de recursos exteriores tales como petróleo, gas, metales…
Por lo tanto, surge la necesidad de buscar nuevas formas de producción que transformen nuestro modelo actual de producir, consumir y tirar por uno que sea sostenible y donde prime el aspecto medioambiental y social por encima del económico. De tal forma, que se utilicen durante más tiempo los productos, recursos e infraestructuras, aumentando así los rendimientos que obtenemos de los recursos naturales, que se reduzcan las emisiones de carbono por debajo de las que el medioambiente es capaz de capturar y que se reduzca la dependencia de materias primas de terceros países.
Si bien, la Economía Circular puede parecer el siguiente paso necesario hacia un modelo sostenible, no está tan claro el camino que se debe tomar para llegar allí. Y es que, por desgracia, no es tan fácil como únicamente dejar de usar plástico en los envoltorios de nuestra comida o tirar la basura al contenedor adecuado. Si no que necesita de una transformación fundamental y completa de nuestro modelo productivo.
La propia Unión Europea, como parte del plan de recuperación tras la pandemia, destinará cerca de 550 mil millones de euros a proyectos verdes durante los próximos siete años y que van encaminados a transformar la economía de la UE posterior a la COVID-19, hacia una economía circular, como requisito indispensable para alcanzar la neutralidad climática en 2050.
La transición hacia una economía circular ya está en marcha, con múltiples instituciones, empresas y consumidores dispuestos a adoptar este modelo sostenible. Y es que avanzar hacia un modelo circular es una propuesta lógica: usar menos recursos naturales, reducir la contaminación, acabar con el cambio climático y todo ello mientras se mejora la eficiencia de nuestro sistema económico. Sin embargo, el camino racional no tiene por qué ser el más sencillo y completar este proceso necesitará de esfuerzo, innovación y compromiso por parte de todos.