Educadora Social. Especialista en Violencia de Género y en Orientación Sociolaboral. Mediadora Familiar, Civil y Mercantil.
Como dice El Chojin en uno de sus temas:
“Acepta la ayuda de fuera, pero no olvides que es tu problema, tú debes ser el que lo enfrentas, tú debes ser quien lo resuelva. Hay una salida que espera por cada laberinto en el que te metas: eres uno mientras la buscas y pasas a ser otro cuando la encuentras, nunca es la misma persona aquella que sale que aquella que entra.
Vivir es la asignatura que estudias año tras año y no hay vacaciones, solo lecciones y se aprende de los errores. Tampoco es que sea complicado, es cuestión de tiempo que te equivoques, pero si he aprendido algo es que depende de cómo lo enfoques”.
Aprender de los errores es crucial para el crecimiento personal y profesional. Los errores, lejos de ser algo negativo, un fracaso, o sinónimo de incompetencia, son oportunidades valiosas para aprender, mejorar y desarrollar nuevas habilidades. Cambiar la perspectiva de ver los errores como fracasos a verlos como oportunidades para aprender es fundamental para aprovechar al máximo este proceso. Al fin y al cabo, ante un error podemos juzgarnos, criticarnos y hundirnos, o podemos tomar la gran oportunidad que se nos brinda para conocernos mejor y cambiar de rumbo.
Equivocarse es un hecho natural que nos hace humanos y, sin embargo, muchas personas, la mayoría de nosotros, tendemos a sentir emociones desagradables cuando nos equivocamos. Lo cierto es que, si lo pensamos bien, esas emociones tan poco amables no se presentan cuando nos equivocamos, si no al darnos cuenta de que nos hemos equivocado.
Equivocarnos es un paso más del proceso de aprendizaje continuo que es la vida y, a pesar de ser conscientes de este hecho, nos cuesta no equiparar los conceptos de error y fracaso. El miedo a equivocarnos no es natural, sino aprendido e inculcado. Por eso es importante entender que equivocarse no es fracasar, sino aprender.
Tampoco podemos culparnos por ello. Desde que somos pequeños y a lo largo de nuestra vida, en el colegio, en casa, en la universidad, en el trabajo… nos enseñan que para triunfar no podemos cometer errores, es algo cultural. Y, precisamente fruto del error es la serendipia. Una serendipia es el fenómeno de un descubrimiento o un hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta.
Suspender un examen nos hace conscientes de la necesidad de llevar el temario al día o de cambiar nuestros métodos de estudio. Una ruptura de pareja nos muestra cuáles son nuestros límites interpersonales y qué deseamos, necesitamos y merecemos realmente. Terminar un trabajo que no nos hace felices nos conduce a trabajar por nuestra verdadera pasión.
Por tanto, el error jamás será un fracaso, sino un salto de gran magnitud en sabiduría y experiencia. Suspender, divorciarte o quedarte sin empleo no hablan de nuestra incapacidad sino del trayecto que ya hemos recorrido, el trabajo que ya hemos hecho y las lecciones que ya hemos aprendido para llegar a nuestras metas.
Un día leí que el éxito no tiene que ver con lo poco que te equivocas, sino que tiene que ver con cómo gestionas tus errores. El arte de vivir incluye equivocarse, perdonarse y darnos cuenta de que a veces nos tomamos la vida demasiado en serio, complicándola más de lo que en realidad es.
Déjame decirte algo: vas a equivocarte y cometer errores. Así que de ti depende cómo lo gestiones. Es importante aprender a conocernos y a saber qué hacer con lo que sentimos.
Buscamos tanto la perfección que no nos damos cuenta que para alcanzarla (si lo hacemos) tenemos que cometer muchísimos fallos. Y, para eso, tenemos que atrevernos a hacerlo. ¿Cuántas cosas no haces por miedo a lo que pasará? Y, sobre todo, ¿cuántas cosas no haces por el hecho de tener que gestionar la sensación de que el resultado no es el que estabas esperando?
En la vida nos equivocamos y fallamos en muchas cosas, en muchos ámbitos, una y otra vez. Con nosotros mismos y con los demás. Por eso también es importante rodearnos de personas que desde el cariño y con una comunicación asertiva nos acompañen en la gestión de nuestros fracasos, para que los errores no se conviertan en decepciones y heridas profundas, porque entonces sí serían fracasos.
En un mundo de (auto)exigencia, basado en la productividad, donde se despersonifica y se esperan resultados evaluados de manera subjetiva por las personas que gestionan equipos, tanto el trabajo bien hecho como los errores pueden ser un arma letal y muy dañiña.
Muchas culturas de trabajo se rigen por hacer sentir a la gente miedo de que se puedan equivocar. E incluso personas que dirigen equipos de trabajo quieren entre sus filas a personas que tengan ese miedo, evitando entre sus plantillas a gente confiada en sí mismas y en el aprendizaje de sus fracasos.
Si no nos hubiéramos caído tantas veces de bebés, jamás hubiésemos aprendido a caminar. No debemos perder esas ganas e ilusión de seguir evolucionando. Por ello, analiza cómo tu empresa reacciona ante los fallos. Si los ve como oportunidades o como catástrofes. Pero, sobre todo, analiza cómo ves tú mismo tus propios fallos, si como una oportunidad o como una catástrofe, porque es muchísimo más importante cómo tú evalúas tu propio aprendizaje a cómo lo van a analizar externamente.
Por ello, cuando cometes errores, aprende qué es lo que ha pasado, cómo puedes hacerlo diferente o de qué manera puedes practicar más esa acción. Cuando algo no sale como esperabas, analiza qué parte de todo ello es responsabilidad tuya, saca el aprendizaje, lo que tú puedes cambiar de todo ello y sin fustigarte con la culpa, cambia aquello que esté en tu mano. Sin buscar la perfección, pero con el aprendizaje que ello conlleva.
Cambia el castigo por la sensación de curiosidad. Hazte preguntas, toma nuevas decisiones y sigue practicando. Sustituyendo la presión por las ganas, la culpabilidad por la curiosidad. Para sentir esa seguridad que el fallo puede quitarte. Y, por favor, nunca pierdas la curiosidad por aprender de ti mismo, que jamás nadie te haga dudar de ello ni te haga perderlo.
La disciplina positiva ofrece una herramienta para la recuperación del error. Las cuatro Rs: reconocer, responsabilizarse, reconciliar y resolver.
Así que, para alcanzar los mejores resultados tendremos que atravesar un camino en el que habrá muchos fallos y errores. Y ello no nos tiene que hacer sentir mal. Significa que estamos en proceso de llegar a conseguir la meta que estamos buscando alcanzar.
Al fin y al cabo, no somos la suma de nuestros errores, sino lo que aprendemos de ellos. Y quien aprende de sus errores, ya no es la misma persona que los ha cometido, no tengas miedo al cambio. Somos mucho más que los errores que hemos cometido, porque somos el aprendizaje que hemos sacado de ellos.
Así que, llegados a este punto…
¿te atreves a equivocarte?
Porque si cambias tu perspectiva, cambiarás tu realidad.